Los socialistas no gobiernan en Galicia pero eso no importa. El secretario general del partido en tan estupenda tierra ha salido diciendo que uno de sus objetivos es impulsar una Ley del Juego en su territorio “ante la pasividad de la Xunta” en ésta cuestión.
Las razones que el político esgrima para poner en marcha la iniciativa son las habituales: protección de la juventud ante posibles adicciones que pasa, como es norma archirepetida, por restringir las distancias de las casas de apuestas de los centros docentes.
Lo que resulta innegable es que los postulados de la izquierda radical que demonizan al juego han sido asumidos por la mayoría del resto de formaciones. Y el pugilato por comprobar quién endurece en mayor grado las limitaciones al juego se extiende como una gran mancha de aceite por las autonomías. Siempre en base a idénticos tópicos, recurriendo a los consabidos relatos carentes de solidez, huérfanos de datos.
La guerra política al juego, privado faltaría más, se ha convertido en un recurso obsesivo que, a falta de ideas o propuestas, es utilizado por los partidos con tantísima reiteración como ausencia de pruebas fidedignas que lo justifiquen. Y llegado a éste punto me pregunto hasta que extremo está alimentando la obsesión el énfasis desmedido que la propia industria pone en la elevación de la responsabilidad social corporativa. No deja de ser una pregunta.