En contra de lo que acostumbro la noche del recuento electoral en Andalucía la viví en parte delante de la tele. Había dudas por despejar e ilusiones por alcanzar. Estaba en juego la cara y cruz de la política, el alumbramiento de un tiempo distinto o el retorno a la ideología y su clientelismo subvencionado. Y estaba de por medio el aventamiento del fantasma de Vox, la manida cantinela de que viene el lobo, el recurso del fracasado que recurre al voto del miedo presumiendo la catástrofe que se le viene encima. O sea la política vista desde la óptica más nauseabunda y rastrera.
Paso por alto las declaraciones de los líderes de los partidos que concurrieron a la cita electoral tras conocerse los resultados. Me detengo únicamente en las palabras, sentidas y muy directas, de Juanma Moreno Bonilla una vez asumido su aplastante triunfo. Me parecieron un modelo de moderación y de elocuencia sencilla que llega y cala al ciudadano. Un ejemplo de naturalidad y de comportamiento impecable.
Me entretuve un momento, alargarlo hubiera resultado intelectualmente insufrible, en el análisis que doña Adriana Lastra, ésa lumbrera del sanchismo, hizo del triunfo arrollador del PP. Sus palabras, que destilaban mala baba a pesar de su tono doctoral, eran un compendio de disparates, estupideces y trolas capaces de provocar alucinaciones hasta en los ciudadanos de más débiles entendederas. Los argumentos dados, sí así pueden calificarse, eran extravagantes, pueriles, pintorescos, risibles.
Toda una teoría de la derrota pesimamente asumida que trata de taparse mediante la elaboración de un relato que fue, cuanto menos, un insulto a la inteligencia de los españoles. De su contenido, mejor olvidarse. Lo tremendo del caso es que ésta pazguata es la segunda al mando del partido que nos gobierna. Delirante.