Esta gente tiene sus obsesiones: Franco y el Valle de los Caídos; los Reyes, los Magos y los que están en La Zarzuela; la religión y la Legión, con cabra incluida y todo lo que huela a tradición, a nuestras señas de identidad, a lo que nos distingue como pueblo. Estos rogelios amigos del modernismo y con más caspa que Lenin en su ideario ideológico, arremeten un día sí y otro también contra conceptos de la vida que ellos consideran que conviene arrumbar por caducos y trasnochados. Y los españolitos asistimos, entre sorprendidos y resignados, a un ataque sistematizado contra muchas de las esencias que forman parte de un patrimonio común.
En su paranoia por hacer tabla rasa de casi todo lo que les molesta, estos tíos se meten ahora con los Niños de San Ildefonso y les roban su derecho, que data de 1771, de cantar los premios del gordo de Navidad. Para disimular la jugarreta perpetrada, aducen que se trata de un formulismo para garantizar no se sabe qué y que todo continuará igual con los niños. ¿Pero quién se lo cree viniendo de quienes viene?
Matarían una fuente de la ilusión colectiva de éste país impidiendo que los Niños de San Ildefonso nos regalaran el oído con sus cantos de números que invitan a soñar despiertos, a emocionarnos con ese estirar armonioso de las cifras que puede terminar en una explosión de alegría, en un desborde de felicidad. Pero saben que les digo: que estos rojeras si les dejan, no sólo se cargan a los Niños, sino que nos dejan sin Navidad, sin villancicos y sin Misa del Gallo. A por ello van.