El bingo llegó a contar en España con más de 800 salas. Eran los tiempos dorados, la época de la explosión donde en cada esquina de la ciudad, por pequeña que fuera, se tachaban cartones y se cantaba bingo. Aquél vendaval fue menguando en su alocada intensidad hasta llegar al desfallecimiento: hoy apenas se supera la barrera de los 300 bingos. Y algunos, bastantes, funcionan de puta pena.
Los salones crecen a la velocidad del sonido. Van surgiendo como setas en estación de florecimiento y la tendencia es claramente alcista. Por los síntomas detectados no parece que el número de locales lleve rumbo de detenerse. Antes al contrario: los pronósticos abundan en que va para arriba el número de salones, vengan salones.
En una economía de libre mercado como la nuestra no seré yo quién se atreva a poner puertas al campo. Aquí todo quisque es dueño de invertir su dinero donde quiera o presuma que hay negocio. Pero junto a éste ejercicio de la libertad empresarial queda margen, creo yo, para la reflexión y la sensatez. Que no son malas recetas cuando la mirada se nubla y la visión de los hechos se distorsiona.
Con los salones acontece ahora mismo lo que sucedió con el bingo tiempo atrás. Que a la fiebre desatada de las aperturas avivadas por la presunción de unas ganancias garantizadas siguió el desplome de los sueños, la dura realidad provocada por una competencia disparatada y los cierres de bingos como efecto dominó de una oferta hecha puro descontrol que hizo naufragar a numerosísimas empresas. Y doy por descontado que el desplome del bingo influyeron, aparte de la saturación sectorial, otros factores como el anquilosamiento, el recorte de premios, el prohibido fumar y otras causas. Pero el exceso de salas resultaba más que evidente.
Si no se quiere matar la gallina del negocio hay que andarse con tiento. Los salones son cada vez más y son mejores. Se pone mucha pasta en los establecimientos. Que irradian buena imagen e invitan al entretenimiento. Pero conviene no pasarse de rosca. De proseguir con inauguraciones a porrillo la tarta amenazará con quedarse en raciones tan raquíticas como insuficientes hasta para un estómago diminuto. O bolsillo de empresario que vendrá a ser lo mismo.