Decía mi buen amigo Juanjo Colilla el otro día en Valladolid: “Los empresarios de juego no transmitimos, nos escondemos y estamos acobardados”. Sus palabras transmiten un poso de frustración, de pesimismo, pero no dejan de reflejar una realidad que mal que nos pese es la que hay. La de un sector encogido, con escasa o nula capacidad de reacción frente a las críticas y a las campañas desaforadas que ahora se montan y que responden a una estrategia de la manipulación política y apoyada muchas veces en la piedra del escándalo y la mentira.
El juego arrastra desde su legalización un complejo de inferioridad empresarial del que no ha sabido desprenderse. Producto de ello es que busque la ocultación y opte habitualmente por el silencio cuando los ataques a la actividad arrecian. Y ésa especie de empequeñecimiento voluntario hace que quienes encienden la hoguera del descrédito se envalentonen cada vez más ante la falta de respuestas y añadan leña al fuego.
Dicen, los que no saben nada del tema, que las empresas del sector no cuentan con gabinetes de comunicación que salgan al paso de tanto infundio. Algunas sí lo tienen pero sólo dedicadas al marketing interno. Pero en modo alguno son los grupos empresariales los llamados a participar en ésta guerra. Esta es función de las asociaciones que son las que ostentan la representación sectorial. Ellas son las llamadas, en casos concretos y cuando la ocasión así lo demande, de dar la cara y facilitar información auténtica frente a tanta mentira y disparate. Lo más cómodo y lo menos arriesgado es lo habitual: cabecita baja, boquita cerrada y esperar a que el temporal amaine. Y así estamos la tira de años.