El bingo CANOE ha cumplido cuarenta años. Y al hilo de la noticia me acuerdo de muchas noches en el despacho de su fundador principal, y amigo del alma, Carlos Castillo Olivares, conversando hasta las tantas de la madrugada sobre un tema monotemático: el bingo. Porque Carlos era, y sigue teniendo añoranzas de aquellos días de bingo, Jokey y copas, un enamorado de la actividad, un tipo que vivía más horas en la sala que en su casa. Que se ocupaba y preocupaba porque el camarero llevara la chaqueta impecable y a la señora del guardarropa no le faltara nunca la sonrisa. Porque quería prestar humanidad, señorío y calor a la sala; porque le daba vueltas a la cabeza sacándose de la manga detalles que los clientes sabían agradecer y pagaban con su fidelidad a toda prueba.
Carlos Castillo, en aquél tiempo del arranque cuando estalló la primavera floreciente de CANOE, me confesó que la sala se había hecho a base de romanticismo y poesía, además de 60 millones de las antiguas pesetas que en aquella época eran una barbaridad. Pero Carlos y sus socios se los jugaron y ganaron. Y Castillo Olivares hizo de CANOE el templo de las maravillas bingueras, el palacio de los sueños transformados en realidad, una fortaleza hecha de leyendas. Consumíamos horas, cigarros, copas y algún consomé que otro con caviar charlando de bingo y más bingo. Era un canto encendido al bingo de un tipo en el fondo todo romanticismo y poesía. Algo que añoramos porque hoy va quedando poco de una y otra cosa. Nos queda, eso sí, la amistad y el afecto de un personaje inmenso que se llama Federico Carlos Castillo-Olivares Fontela.