Si los chavales de hoy tienen que mirarse en el espejo de muchos de nuestros políticos de hoy a escala nacional y autonómica como imagen a imitar digo que vamos muy mal. Son numerosos los representantes públicos que dan un ejemplo poco edificante, en cuanto a sus comportamientos en los ámbitos parlamentarios en los que actúan y en sus imágenes personales. En ambos casos suelen brillar por su ausencia la ética y la estética.
Si nos remitimos al capítulo de la estética uno no pretende, en modo alguno, que nuestros servidores públicos vistan como maniquíes, ni sean un dechado de pulcritud en sus atuendos. Pero sí es exigible, pienso, que en materia de indumentaria mantengan un cierto decoro, una nota de sobriedad que esté en consonancia con el cargo que desempeñan.
Mueve a la hilaridad, cuando no a la vergüenza, asomarte a cualquier parlamento, empezando por el de la nación, y ver a los ujieres, bedeles y ordenanzas perfectamente uniformados y en situación de revista. Y a su lado a los señores políticos con mangas de camisa, chupas de cuero, pantalones tejanos y zapatillas deportivas. Y en ocasiones con unas pelambreras de no te menees. Venimos asistiendo al sepelio de los ternos, las corbatas y los zapatos bien lustrados que son sinónimo, al parecer, de unos modos burgueses que hay que desterrar por falta de idoneidad con los tiempo que corren.
La ética hoy en política es un bien escaso. Pero si nos remitimos a la estética es de puro bochorno. Ejemplo de zafiedad y pésimo gusto. Es lo que hay.