Hablaba de ASEJU y de la importancia de la asociación con motivo de celebrar su 46 asamblea anual. Síntoma de madurez asociativa, de trayectoria firme y de respaldo fiel de un empresariado que ha confiado en su seriedad y bien hacer.
Hoy continúo con el tema ASEJU. Pero desde una perspectiva personal, propicia para la evocación de un pasado en que me unieron fuertes vínculos de proximidad, relación y amistad con varios de sus dirigentes, de alguno de los cuales guardo un recuerdo imperecedero.
Mis contactos más sólidos los inicio, no podía ser con otro, con Paco Manzano, que fue presidente, gerente y todo en ASEJU, del que era alma y vida y a cuya contribución puso tanta pasión como denuedo y capacidad verbal para atender y convencer. Los veranos coincidíamos en la playa de Cullera y nos hacíamos mutuos homenajes gastronómicos. Junto a la figura de Manzano estaba Rufino Merino, maestro en muchas disciplinas, que sentaba cátedra al abordar aspectos esenciales de la actividad. Mantuve largas conversaciones en su etapa de presidente con Alejandro Colubi, con educadas discrepancias de por medio, y por un nexo que nos unía y ayudaba a la confraternización: el mutuo amor por el teatro.
Luego vino la etapa de José Luis de Pedro, con el que intimé mucho en lo personal, compartiendo junto a su esposa Pilar, mesa mantel, confidencias familiares y secretos domésticos y asociativos. A su lado estaba José Luis Palmero, que solía recordarme con seriedad y chispa de humor que decía de él que «representaba al ala dura de la asociación.» Con Pedro Marchant, todo cordialidad de la buena, formaron un trío imbatible en defensa de los objetivos asociativos.
Antes de producirse la escisión de ASEJU conservo gratísima memoria de dos verdaderos amigos: Carlos Castillo Oivares y Manuel de Bartolomé Albedro, también entraba en la terna Manuel Matamoros, con ellos compartí vivencias que permanecen en la plaza mayor de la memoria.
Y llegamos al día de hoy, con un arrollador José Luis Merino, siempre en estado de alerta y transmitiendo afecto y efusividad, y José Luis de Pedro Ramonet, seriamente comprometido con la herencia asociativo legada por su progenitor. Toda una historia de ASEJU que abarcaría varios tomos.
Al hilo de estas vivencias quede aquí constancia de mi pequeño homenaje a la figura de María José López, voz y rostro de ASEJU durante más de cuarenta y cinco años, con la que en otro tiempo, cuando los móviles no estaban ni soñados, solía hablar telefónicamente con frecuencia. Y siempre fue modelo de atención y exquisitez en el trato. Camino de su bien ganada jubilación despierta un cálido reconocimiento por un trabajo tan ejemplarmente realizado. Lo mejor para ella.