Conozco a Miguel Ángel Rodríguez la tira de años. Él andaba estrenándose en la UGT valenciana bajo el mando de Paco Domínguez, que posteriormente cogió la batuta en Madrid del turismo y juego y se llevó con él a Miguel Ángel, que con el transcurrir del tiempo y de una gestión efectiva ha ido asumiendo las mayores responsabilidades. En la época que evoco Miguel Ángel y yo estábamos en trincheras distintas, enfrentadas en ocasiones por fuego graneado, pero que se llevaba a cabo bajo el signo del respeto mutuo, que por su parte siempre fue extremado.
En mi larga vida he tenido rifirrafes fuertes con sindicalistas. Algunos aguerridos en exceso y con escasa cintura dialéctica. Y un pelín sobrados de sectarismo. Con Miguel Ángel en las escasas oportunidades en que coincidimos todo transcurrió en un ambiente de normalidad. Defendiendo ambos nuestras respectivas posturas e intereses pero haciéndolo desde la moderación y el sentido común.
Estos hábitos de comportamiento, ésa capacidad negociadora que obtiene sus frutos sin necesidad de emplear recursos dogmáticos o intolerantes, jalonan, según me cuentan, la trayectoria de Miguel Ángel Rodríguez en UGT. Que con sus negociaciones en los convenios y sus comparecencias en foros de debate público ha sabido granjearse el aprecio general por sus lecciones de objetividad. Defender a capa y espada los intereses de los trabajadores del bingo, por citar una esfera concreta, no implica ignorar los problemas, carencias y subordinaciones de los empresarios. Eso lo ha entendido a la perfección Miguel Ángel y por ello es un sindicalista fetén.