Baleares suele ser noticia en los medios nacionales. Su actual gobierno lleva tiempo metido de lleno en la aventura dels Paisos Catalans, del imponer por cocos la lengua vernácula a todo quisque, del apuntarse a las delirantes tesis soberanistas y de numerosos atropellos de carácter político fruto de una coalición escorada hacia la extrema izquierda y el separatismo. Si nos ocupamos del juego y del trato que le dispensa la administración basta decir que está en manos de Unidas Podemos. No hacen falta añadidos ni consideraciones puesto que con ésa carta de presentación está dicho todo. O sea que al sector se lo han puesto muy jodido. En Baleares, siguiendo la estela de Cataluña, lo del juego está muy parado. Y los empresarios, dentro del mal, prefieren que siga así puesto que cualquier novedad es susceptible de empeorar el panorama.
Por las razones apuntadas cuando se habla de modificaciones cunde el miedo, el temor al estropicio normativo, la certeza del perjuicio asegurado. Y ésa es la situación que atraviesan ahora mismo los salones de Baleares pendientes de una modificación reglamentaria que les quita el sueño. No han salido ni mucho menos de los efectos devastadores de la pandemia y se les viene encima la amenaza de unos cambios a peor presumiblemente. En unos de los momentos más delicados y con una normativa que está plenamente vigente y no plantea urgencias renovadoras.
Los chicos, chicas y chiques de Unidas Podemos sacan a relucir así su animadversión hacia el juego, su actuar fuera de la realidad social y económica, su proceder a caballo de obsesiones y odios y de un dogmatismo comunista que asusta. No es extraño el miedo de los salones ante semejantes actitudes. Miedo que es extensible al resto de la ciudadanía balear. Con éstos tipos la inseguridad está servida.