Hay comunidades, que sé las que son pero que no cito por motivos obvios, en las que existe auténtico miedo al regulador, al que maneja la batuta del juego. Y ése miedo se materializa y concreta en la prevención o el mutismo de los empresarios cuando se trata de facilitar información o exteriorizar públicamente sus reivindicaciones.
Preguntas y todos son medias palabras, espesos silencios para al final confesar lo evidente: Es mejor no tocar éstos temas porque luego vienen los cabreos, las llamadas de atención y esto de traduces, por regla general, en la ralentización de los asuntos que nos interesan lo que redunda en perjuicio del sector.
Esta es la realidad desnuda que se vive a día de hoy en algunos territorios autonómicos. Que son los menos pero en los que las prevenciones para no enojar al que manda, porque si se encabrona lo tenemos crudo, imponen a rajatabla la ley del silencio o recurren a la sordina cuando se trata de exponer sus peticiones.
Que éstos temores ante quienes están al servicio de lo público subsistan todavía, que exista una cierta atmósfera de acojonamiento frente al administrador que vive del sueldo que le pagamos los currantes y empresarios, pone el dedo en la llaga de algo que no baladí. En nuestra democracia, tan garantista como celosa de las libertades, subyacen aún tics autoritarios, abusos de poder. ¿Se acuerdan de tiempos pasados cuando un tipo pleno de arrogancia te decía: usted no sabe con quien está hablando? Pues eso.