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DESDE LA AVENIDA Juan Ferrer

Miedo al coco

9 de marzo de 2016

La primera entrevista, y creo que la única, que le hice a Santiago Mendioroz en su despacho de extinta Comisión Nacional del Juego, fue de película  de miedo. Mendioroz era un tipo de ceño fruncido, abrupto en sus formas y enemigo declarado de la sonrisa. No se cortaba un pelo en declarar que no sentía la menor simpatía por el juego. Me respondió a la preguntas con sequedad y en algún momento su mirada parecía decirme: “como se atreve a preguntarme esto…” En los albores de la legalización del juego en España los representantes de la Administración, no todos por descontado, dispensaban un trato displicente y autoritario a asociaciones y empresarios. Y éstos, que remedio, se encogían y hacían la genuflexión.

Ha pasado el tiempo y los comportamientos se han modificado. Las distancias entre administradores y empresarios se han hecho más cortas, dialogantes y cordiales. La naturalidad se ha impuesto y los marcos de las negociaciones se mantienen, con las lógicas discrepancias, en un ambiente de diálogo sin rigideces y de propensión al entendimiento y el acuerdo. Y es razonable que esto suceda si partimos del hecho que existe una sociedad formada, si bien no reconocida oficialmente, entre las administraciones y los empresarios del juego.

Las transformaciones operadas no impiden, sin embargo, que a algunos reguladores autonómicos, es cierto que los menos, les asalten en ocasiones arrebatos temperamentales y brotes de ordeno y mando que nos retrotraen a épocas felizmente superadas. Y sus interlocutores en tales situaciones sean directivos de empresas de asociaciones, son propensos al encogimiento personal, al acatar sin rechistar, a la sumisión sin respuesta.

Late todavía en determinadas capas del juego, que por fortuna se van reconduciendo en idéntica medida en que la sociedad trastoca sus pautas de comportamiento, un cierto complejo de inferioridad frente a las administraciones, que quizás data de las etapas en la que todo estaba cosido con alfileres y al que levantaba la voz o salía de la vereda le daban fuerte. Pero subsiste en el asociacionismo y el empresariado ése tic de temor compaginado con sumisión hacia la autoridad, a la que se tiende a ponerle la alfombra roja venga no a cuento.

Queda poquita pero hay que quitarle la caspa de los complejillos frente a la Administración, a la que debemos ponerle mayúsculas. El miedo a que viene el coco debe ser remplazado por el tú a tú correcto y razonado, por la relación de igualdad sabiendo cada uno el lugar que ocupa y lo que representa y por el acatamiento del protocolo sin alfombras de por medio. Cuanto antes es preciso cerrar páginas que huelen de puro rancias.