Autor

DESDE LA AVENIDA Juan Ferrer

Mesa en Bruselas

26 de julio de 2021

En mi largo peregrinar por restaurantes, tascas, fondas, bares y hoteles he vivido experiencias culinarias de todo tipo. Unas excelsas y otras decepcionantes. Vaya por delante que me declaro adicto al buen yantar, ése que te asoma a la cara más grata de la existencia. Y he vivido experiencias absolutamente deliciosas, de las que se hospedan en la memoria, y también las que han sido para olvidar. Nada hay más frustrante que acudir a un local con la ilusión puesta en hacerle un regalo al paladar y salir con el estómago encogido y la cartera aligerada.

Recuerdo dos experiencias gastronómicas que tuvieron lugar en Bruselas. Acudí a la capital de la Europa unida, es un decir, formando parte de una embajada del bingo que presidia José Luis Iniesta, a quién tanto añoramos. Una de ellas aconteció en un pequeño restaurante de atmósfera familiar. Nos sirvieron una sopa bullabesa de las de aplaudir al chef. Y el colofón lo puso un torunedó al foie de los que hacen época, sin que faltaran los creps parisién. Resumiendo: velada memorable.

La otra cara estuvo en el Parlamento Europeo cuyas instalaciones visitamos. Tras el consabido recorrido se nos sirvió un almuerzo. Y jamás pienso asistir a un espectáculo culinario tan deprimente. Ensalada, o lo que fuera, con un conjunto de elementos plastificados, de aspecto dudoso. Y como remate de la faena un pescado fosilizado, de ojos muy mortecinos, que daba la impresión de llevar años invernando en un frigorífico. Los platos y su imagen invitaban al levantamiento de la sesión.
 
Ir a la sede de la Europa Unida para que te dieran una bofetada gastronómica, un golpe bajo para los amigos del buen comer, resultó todo un fiasco. No es tampoco extraño. El Parlamento es un espacio puramente funcionarial, gris, aburrido. Y en un ámbito así no cabe ni la mesa opulenta ni la simplemente reconfortante. Sólo sobrevive la carta de los congelados.