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DESDE LA AVENIDA Juan Ferrer

Menos discurso y más diálogo

4 de enero de 2017

Toca volver a Cataluña. Tierra admirable por múltiples razones: por historia, lengua, cultura, y por un sello empresarial que siempre estuvo en la vanguardia del progreso. Aseguraba recientemente Albert Sola, presidente de EUROPER, que los operadores de máquinas catalanas se enteraron por la prensa del incremento de las tasas para 2017. Y lamentaba que la Generalitat no hubiese dialogado previamente con el sector.

No es de extrañar ésta actitud del gobierno que preside el señor Puigdemont. Y sobre todo no conviene escandalizarse por la ausencia de diálogo con los administrados. La Generalitat de Cataluña está centrada exclusivamente en el discurso, en la doctrina, en lo que denominan el “prosés” que les llevará a una imposible independencia. O sea que el diálogo, el intercambio de información y opiniones, el cruce de planteamientos ante cualquier problema queda desestimado. Aquí se impone la voz única que habla y no escucha, que subordina todas sus actuaciones a un fin único e inamovible y que el resto de cuestiones, por mucha entidad que tengan, le traen sin cuidado. 

En diciembre SECTOR llevó los Desayunos de EXPOJOC a Barcelona. Cita a la que acudieron representantes de los distintos subsectores. Y hubo coincidencia al señalar la nula relación actual del juego con La Generalitat. Lo que acontece en estos momentos en Cataluña es un claro divorcio entre el estamento oficial y una buena parte de la sociedad. Los que mandan van a lo suyo: repiten hasta el aburrimiento la cantinela de la independencia, la desconexión y la conquista de un paraíso que llegará, dicen, a partir de septiembre. Y hacen de su discurso algo común al nacionalismo: la exclusión tajante del que no comulga con su credo ni acepta su fanatismo.
 
En una situación como la descrita donde el discurso de uno invalida el diálogo con el resto se produce la parálisis. Y eso es lo que vive el juego en la Cataluña de hoy, la del enquistamiento en un posicionamiento político tan fanatizado como ineficaz ante los problemas cotidianos; un posicionamiento de verborrea cansina y ninguna predisposición para oír otra voz que no sea la propia. Y el juego pide, como otros sectores, menos discurso y más diálogo.