Manuel Matamoros, abogado, soporte jurídico de una OMEGA conscientemente adormilada y asesor de CEJ, desapareció hace algún tiempo del primer plano asociativo. Respecto al juego está en situación de semidescanso. No lo está en el plano futbolístico donde es sobradamente conocido su papel polemista, vitriólico en muchas ocasiones con arengas que no suelen dejar títere con cabeza y en las que suele brillar un afilado sentido del humor que nuestro personaje suele trasladar al marco de las relaciones sociales.
Conozco a Manolo Matamoros, Manuel por favor, desde los primeros tiempos autonómicos en los que era responsable del juego de Madrid. Y cuya gestión se caracterizó por tratar de ampliar, dentro de un marco de posibilidades muy estrecho, los avances sectoriales. De ahí paso a la actividad privada y fichó por el empresariado del bingo. Esta decisión obedeció a que había sabido conectar con el sector y entendió su problemática y aspiraciones.
A partir de ahí mantuve un trato muy asiduo con Manuel. No exento, por supuesto que no, de polémicas, que cultiva y a las que es muy aficionado, y discusiones derivadas de puntos de vista diferentes que dejaban vía libre al cruce de mensajes trufados de ironía y mala leche. En éstas artes dialécticas Manuel se crece y conviene pararle en su catarata verbal contraatacando con argumentos, pues de lo contrario logra su objetivo que no es otro que el de apabullar al contendiente.
Los hermanos televisivos de Manuel se han hecho muy populares con sus desenfrenos en la pequeña pantalla. Traté bastante al hoy conocido como Kiko — que entonces respondía a otro nombre –, que fue nombrado gerente de OMEGA y colaboró con artículos de opinión en nuestras páginas. Era un tipo muy listo luego metido de lleno en otras aguas en las que chapotea con manifiesto descaro. Pienso que Manuel es el más lúcido de la saga familiar y lo es con diferencia. Hasta el extremo de asaltarme la añoranza al evocar aquéllos encontronazos verbales, su lengua venenosilla lanzándote algún mensaje para descifrar y tomar nota y el intercambio de dardos humorísticos que provocaban la carcajada final. Y al término de la batalla dialéctica no era mala solución sentarnos para proseguir la lucha incruenta en El Cantábrico, de Madrid, con unos percebes de mudos espectadores. Manuel Matamoros, figura poliédrica y sagaz.