Lula Da Silva, presidente de Brasil, estuvo unos cuantos años en la trena por trincón. Creo que se los llevó crudo de las petroleras, que son lo que suelen hacer los mandamases políticos en aquél continente. A pesar de su estancia de huésped carcelario por hechos probados los brasileños, que tienen muchos cocos, lo reeligieron y ahí ésta de nuevo en la poltrona y dando lecciones, no sabemos si también de honestidad, por medio mundo.
Recientemente Lula estuvo en España y fue recibido con todos los honores y el entusiasmo indisimulado del rojerío que ve en su imagen todo un paradigma, sobornos al margen. Me encantó ver la instantánea gráfica en la que Yolanda, la de los aromas de Chanel y los modelos de Dior, lideresa de la causa obrera, se derretía literalmente mirando a los ojos de Lula.
Al tal Lula lo condecoraron, agasajaron y le impusieron la más alta distinción en España. Y como respuesta a tan efusivo recibimiento el tío se aprovecha del follón montado por Vinicius y dos indeseables, ojo dos individuos localizados y a los que se ajustarán las cuentas, y sale por peteneras diciendo que España es un país racista. Y al soltarlo pienso que se quedaría muy ufano de su alarde de dotes diplomáticas.
¿Puede un presidente de gobierno de un país presuntamente amigo aprovechar un incidente futbolístico grave, y convenientemente desorbitado por el jugador en cuestión, su entrenador y el club al que pertenecen y sus palmeros afines para tildar a España de racista y quedarse tan pancho? ¿ Que sentido de la responsabilidad política y de las reglas de oro de la diplomacia tiene éste individuo ?
El tal Lula anda dándoselas de mediador y hombre de concordia para intervenir en conflictos bélicos en los que ni pincha ni corta. Más vale que antes de imitar a sus compadres rogelios del continente que no cesan en su ejercicio de denostar a España se aprendiera el catón de las buenas formas y los comportamientos correctos para actuar como un político responsable. Que no lo es y en grado sumo. Más bien un patán.
