He frecuentado, en otros tiempos, barras de bares americanos. En los que se servían aquéllos cocteles que hicieron furor y algunos de los cuales han vuelto, redescubiertos por una generación que lo inventa casi todo, aunque sea más antiguo que el arca de Noé. Agitaba el barman con gracia la coctelera y salían espléndidos los dry martini, ginfizz, manhattan, daiquiris y demás inventos que te ponían a cien por hora, levantaban el espíritu y aceleraban el corazón hasta explotar de alegría y hacerte perder, en ocasiones, la chaveta, la cartera y el pudor. Entre el humo espeso de los cigarrillos, que tiempos aquéllos, y el aroma del whisky he presenciado cogorzas monumentales, unas simpáticas y tolerables, otras alborotadoras e insufribles. Y he visto a mucho alcohólico contumaz atrapado por las telarañas de la adicción que convierte al individuo en esclavo de la bebida.
Supongo por simple deducción que en el mundo habrán más alcohólicos que ludópatas. Entre otras razones de peso porque no en todo el mundo se juega y aunque el azar y sus servidumbres datan de la época de Maricastaña también el alcohol su consumo y sus secuelas se remontan a la noche de los tiempos, cuando nuestros antecesores se pegaban sus latigazos y se liaban a mamporros.
Estoy seguro, convencido, de que los alcohólicos del mundo ganan por goleada a los ludópatas. Y sin embargo son éstos últimos los que con mayor frecuencia se asoman a la actualidad informativa ocupando espacios y debates en todos los medios: prensa, radio y televisión. Y no siempre, antes al contrario, ofreciendo una visión objetiva del problema, de sus causas y de la ineludible obligación social de contribuir a la erradicación del mismo.
El tratamiento informativo de la ludopatía, que salta con relativa asiduidad a la palestra, se hace por regla general con criterios predeterminados y desprovistos de amplitud y objetividad; exprimiendo hasta la saciedad el dramatismo de casos concretos, tan lamentables como no generalizados, que convierten las excepciones más llamativas y por descontado que censurables, en el pretexto ideal para anatematizar al juego, para condenarlo sin paliativos, para no separar el grano de la paja.
La abundancia de espacios condenatorios del juego, de llamadas a la alerta social sobre el problema, contrasta con el relativo silencio impuesto sobre una lacra tan gravísima como es el alcoholismo, por citar un ejemplo ilustrativo. Y sólo acierto a preguntarme: ¿ A que obedecerá ésta sobrevaloración de un problema y el relativismo sobre el otro cuando debería ser al revés ?. La respuesta no la conozco, si bien como suele suceder, oscuros intereses juegan de por medio