La mentira se ha convertido en un recurso político en España. Que se practica con asiduidad a escala global, desde las cortes generales hasta los parlamentos autonómicos, sin que suceda nada. No hay penalización para el ejercicio de la falsedad por parte de los representantes públicos que no se cansan, con total impunidad, de hacer de la mentira una estrategia habitual.
Los trabajadores de los salones valencianos, a los que los comunistas de Compromís trataron de gentuza, denunciaron por vía judicial a los diputados Joan Baldoví y Carles Esteve que les dedicaron dicho epíteto al tiempo que declaraban, quedándose la mar de anchos, que uno de cada cuatro menores tenía vía libre para entrar en los salones valencianos.
Los trasnochados rogelios Baldoví y Esteve lanzaron tamaña bola sin añadir el menor dato probatorio, sin aportar un testimonio mínimamente fiable, sin mostrar un informe de la brigada del juego que desempeña las funciones de inspección y control de éstos establecimientos. Y no lo hicieron por la sencilla razón de que su denuncia no era más que un mero infundio, una descalificación sectorial en toda regla aventada por una ideología periclitada en el tiempo y desautorizada por la historia que aquí utiliza su tesis antijuego como arma arrojadiza contra empresas y trabajadores.
Hace falta mucho cuajo venenoso, mucha jeta y mucha falta de dignidad como la exhibida por Baldoví y sus mariachis rogelios para desacreditar a los salones, y sus trabajadores ojo, con una mentira de proporcionalidad colosal para atacar la solvencia de unos establecimientos que se están empleando muy a fondo para impedir la presencia de menores en sus locales. Que están haciendo gala de un sentido de la responsabilidad llevada hasta sus últimas consecuencias. Y que como respuesta de éste esfuerzo corporativo reciben en plan ofrenda, y ofensa, la condena de unos individuos que transforman la mentira política en munición contra el juego y sus empleados. Los de Compromís se definen por sí solos: troleros, mal educados y rencorosos. No es raro que sean tan pocos, ni estén tan mal avenidos. Vaya gente, o gentuza.