Los líderes políticos españoles están haciendo cola, como los obreros que van al paro, delante de las televisiones. Se dan codazos y empujones por salir en los programas de Bertín, Pablito Motos, la señora María Teresa o el Jordi que monta el cara a cara en el bar de la esquina, el de los currantes de la caña de cerveza y las bravas con perfume de calamares fritos y protesta social. Solo falta que Risto los convoque a su sofá para que acudan en tropel a contarle sus más guardados secretitos, los que los españolitos del voto tenemos derecho a conocer.
Con Soroya bailando la comba o subiendo en globo; Sánchez batiendo huevos y pelando patatas: Pablito el canijo moviendo la coleta como una folklórica en su mejor época y Rivera olvidándose de su modernismo para fundirse con los tiempos del cuplé, todo ello inmortalizado delante de la pequeña pantalla con millones de televidentes comprobando quién tiene más gracia y salero, o más morro, hemos entrado en otra dimensión de la política, en la de la frivolidad y el relativismo, en la que el sentido del espectáculo, la escenificación abierta a lo doméstico y festivo sirve para intentar arañar un voto de aquí y otro de más allá.
No es de extrañar éste safari de los políticos por la selva de las pantallas donde el entretenimiento es en ocasiones una mera justificación para servir raciones de chabacanismo bien aderezadas de dudoso contenido. Es normal que los que están llamados a dirigirnos no tengan el menor empacho en acudir a cualquier programa de la caja tonta, nunca mejor expresado, y convertirse en mujeres u hombres espectáculo, y cantar, bailar, bromear, reírse y mostrar su perfil alegre, divertido y frivolón. Un voto vale caro hoy.
¿Se acuerdan de las Historias de la Frivolidad, aquél espacio mítico de televisión con guión de Ibáñez Serrador y Armiñán y música de Algueró ? Pues eso es la política hoy en España. Hay que asomarse a las teles y ver la imagen de los parlamentos con sus señorías con camisetas macarras o como quién dice descamisados, muchos disfrazados de no se sabe qué para caer en la cuenta de las manos en que hemos caído. Las de los intérpretes de las historias de la frivolidad pero sin música de Algueró. Con la marcha fúnebre como obertura.