Estoy delante de la televisión para embrutecerme un poco. Emiten un espacio presuntamente informativo. Uno de los reportajes habla de la ludopatía y enciende todas las alarmas sobre los peligros de adicción, particularmente para los jóvenes. Como fondo de pantalla aparece la foto fija de un salón de juegos. Ponen el foco del enganche pernicioso en las apuestas. Y a continuación sale en la pantalla el presidente de una asociación de ludópatas, con pinta de mangui, que advierte de los males y desdichas derivadas del juego, que asolan vidas y familias. No se invita, para conocer la versión del otro lado, a ningún representante del sector del juego. Ni se hace mención alguna al porcentaje de ludópatas registrados ni a lo que representan en el mercado del juego. La objetividad del reportaje es incuestionable.
No había acabado de digerir la ración televisiva cuando me topo con un reportaje en prensa de tres páginas. Aborda el tema de la ludopatía con tintes apocalípticos. Las desgracias que provoca el juego son tremendas y sumen en la ruina y desesperación a muchas familias. Lanzan llamadas de sobreaviso a los más jóvenes por estar expuestos a una tentación realmente perversa que les llevará al desastre profesional y personal. De nuevo afloran las declaraciones apocalípticas de los combatientes de la ludopatía y ni, por alusiones, se da cabida a los miembros de las asociaciones u operadoras del sector, que quedan marginados. Ejemplo evidente de ecuanimidad periodística.