Rafael López no tira la toalla. Conociéndolo desde la larga distancia como le conozco, pues no es Rafael muy dado a las relaciones personales estrechas, me consta que han pinchado en hueso quienes piensen que se ha dado por vencido o que desistirá de su propósito de abrir el Casino Teatro Balear. Rafael López es rocoso, tenaz hasta la extenuación y durísimo de pelear, sobre todo cuando considera que le asiste la razón.
Soy de los convencidos de que a López, y a su socio, mi buen amigo Eusebio Cano, les sobran motivos para sentirse víctimas propicias de la estupidez municipal, de una cerrazón aberrante para la que no encuentro justificación. O sí cuando pienso en soterrados intereses, en maniobras que más que al interés del municipio obedecen a oscuras operaciones con un trasfondo competencial evidente que huele a corrupción.
No quiero entrar en más comentarios sobre un asunto que desprende aromas fétidos. Hoy pongo mi llamada y mi atención en ésos cerca de trescientos futuros profesionales del casino que recibieron formación, que se especializaron en distintas tareas a desempeñar en el establecimiento y que han visto caer su gozo en un pozo y se han quedado sin el prometido trabajo. Una formación costeada por López y su equipo que se ha ido al garete por una intransigencia municipal nada clara.
El Ayuntamiento de Palma está constituido por una variedad política en la que no faltan los radicalismos de izquierda. Esa izquierda progresista del pueblo y contra la casta, en lucha permanente contra los opresores que alerta sobre la alarma social y las desgracias del capitalismo. Y a la que le tiene sin cuidado dejar en la calle a cientos de familias que confiaban en un trabajo y no lo tienen. Amparándose para ello en unos razonamientos que no sólo no convencen sino que atufan.