Adolescentes, jóvenes y mayores han hecho del teléfono móvil su juguete favorito, la herramienta preferida de la que no se desprenden a lo largo del día. No importa hora ni situación. Paseando al chucho por las mañanas. A la hora del desayuno en la cafetería. En el patio del colegio durante el recreo. Alrededor de la mesa del restaurante. En la oficina, en la consulta del dentista, comprando en el supermercado. En todos los escenarios descritos quienes están allí y los protagonizan no hablan se dedican, exclusivamente, al móvil y su envío y recepción de mensajes. Las palabras no salen de las bocas de los que se comunican entre sí. Son los dedos los dominadores de un lenguaje abreviado que cultivan con enganchada reiteración en cualquier tiempo del día y lugar. Alucina entrar en un restaurante de postín y contemplar como en una mesa ocupada por un matrimonio y tres hijos los cinco permanecen absolutamente absortos pendientes de la pantalla del móvil. Tecleando enfebrecidos, no levantando las miradas, no cruzando el menor comentario, no atendiendo siquiera las indicaciones del camarero respecto a los platos a elegir de la carta.
Estamos llegando a una drogadicción extrema, a una subordinación absoluta del móvil que nos esclaviza y nos impide cultivar el siempre reconfortante ejercicio de la conversación. Aquí mandan los monosílabos lanzados al éter, los iconos sonrientes, los pulgares al alza y todo el universo relativo a los whatsapps. Son horas y horas dedicadas enfebrecidamente a la mensajería telefónica, en ocasiones ribeteada de puerilidades y carente de sentido, tiempo despilfarrado en el aparatito que, si nos falta, nos hace enloquecer. Prueba del enganche que padecemos. La magia de la palabra solía ser el bello recurso para enamorar a la otra persona. Un arte en desuso. El uso del whatsapp, es más romántico. Levanten la mirada del móvil y respondan, por favor. Harto difícil: están dándose el vigesimocuarto chute de móvil.
DESDE LA AVENIDA Juan Ferrer
Los chutes de hoy
19 de septiembre de 2022