Me acuerdo de los años dorados en los que se sucedían con frecuencia los actos sociales y comerciales que tenían al sector como protagonista. Había prisa por presentar máquinas, el espíritu competitivo estaba en lo más alto, se sucedían las convocatorias, las exposiciones, las llamadas de las empresas. La efervescencia del juego y sus representantes era notoria, el sentido creativo ponía su quinta marcha y se respiraba un ambiente de pugilato permanente, que imprimía carácter a la industria, y una voluntad de crecer e ir a más que era compartida por la gran mayoría.
Los años dorados, tiempo en que se edificaron grandes grupos cuyo techo parecía no tener fin. Época en la que también florecieron las pequeñas y medianas empresas que a base de lucha, pasión y trabajo supieron ganarse un hueco para estar en el mercado. Etapa en la que se laboraba duro y se ganaba bien y por ello reinaba la alegría a pesar de los golpes bajos que nunca han faltado para poner negro sobre blanco en el futuro desarrollo del sector.
Aquella etapa es hoy historia, páginas de vivencias que han dejado paso a una realidad que es muy otra, con tratamientos hacia el juego en los que prima la desconsideración, las reglas normativas que aprisionan, la voluntad política de complicar cada vez más el tablero del juego privado.
Si a todo ello unimos relevos generacionales en las entidades que lideraron el sector, presencia de grupos de capital extranjero abanderando grandes compañías, complicaciones administrativas sin cuento y signos de recesión económica entonces caemos en la cuenta que el panorama de hoy dista muchísimo de los años dorados que evocamos. Ahora son otros y muy distintos. Ni la alegría es la misma ni la sonrisa tan ancha. A lo mejor no dejan de ser meras percepciones de un setentón.