Llevamos casi un año sin presentaciones de productos en vivo y en directo, sin foros empresariales o asociativos, sin ésos contactos habituales y puntuales que sirven para acercar a los profesionales del sector, para cultivar las relaciones sociales, para fomentar la amistad y estrechar lazos cordiales. No se nos permite mirarnos en la otra cara del espejo, la que refleja las imágenes que sirven para compaginar trabajo y humanidad, diálogo y negociación, esfuerzo y puerta abierta a la alegría de vivir y divertirse, de paladear los ratos buenos, que no son tantos, que depara la existencia y se desprende de la actividad laboral.
Estamos atravesando el desierto que nos aleja de los contactos personales en el ámbito profesional, que son una necesidad y una exigencia para poder concretar operaciones, realizar transacciones comerciales, vender productos, informar sobre novedades. Para el sector es síntoma de vida un acto de presentación, una cita para debatir y escuchar, una feria y cualquier convocatoria que implique la aproximación física entre sus componentes porque a través de ellas se robustece la industria en sí y se solidifica el espíritu unitario.
Esta es una de las tantas facturas que viene pagando el juego español con motivo de la pandemia. Aparte de las elevadísimas derivadas de los cuatro meses de cierre continuado, de la vuelta con limitaciones y del retorno a los ceses de la actividad. Que representan la ruina de mucha gente. Una gente a la que ya no le queda ni el recurso de abrazar personalmente al amigo, de intercambiar opiniones con otros compañeros, de avivar las relaciones de tú a tú que tanto significan en el ámbito profesional. Un motivo más para maldecir la terrible plaga que nos asola.