Lo de la ONCE con sus rascas es una invitación permanente al enganche que no dispone de ningún tipo de freno ni control pero que se vende a quien sea, menores incluidos, con absoluta naturalidad. Como la Organización es insaciable en su voracidad comercial no para de inventarse rascas. Si, los que ofrecen el premio al instante pero, al parecer, no brinda ningún síntoma de inmediatez que encienda las luces de alerta social.
Lo último en esto del rasca es Cleopatra. La reina de Egipto puede hacer ganar 100.000 euros al personal, recompensa que no es moco de pavo y que seguro que ha incentivado las ansias del mercado para comprar tan sugestivo producto. A ello contribuyen en buena medida los diarios regionales o locales que cada vez que un paisano del terreno consigue acertar y se hace con los 100.000 del ala sale su nombre en los papeles con el consiguiente efecto publicitario y el clarísimo fomento de ésta modalidad de azar. La ONCE ésta campando a sus anchas con el beneplácito del ministro antijuego ( lo de ministro es un decir), que mira que larga en contra de las empresas privadas pero sobre el tema que nos ocupa no dice ni mu.
Si tenemos la voracidad comercial de la ONCE por una parte y la aquiescencia gubernativa por otra no puede llamar la atención que mientras los juegos privados no remontan el vuelo económico tras la pandemia y sus ventas continúan sin recuperarse los rascas triunfan por todo lo alto. Y son la modalidad que experimentando un mayor crecimiento entre todos los juegos alcanzando una subida espectacular.
Lo de la ONCE, bajo la capa de la atención social a disminuidos, es un auténtico escándalo de grandes proporciones. En este caso es gratuito culpar a la organización que va a lo suyo y saca tajada. Habría que pedir explicaciones al gobierno del porque de tanta manga ancha con unos y tantísima dureza con otros. Cuando, en el fondo, todos juegan a lo mismo. Que nos expliquen las razones de tanta desigualdad.