Viajar, conocer mundo, descubrir paisajes y culturas es un ejercicio enriquecedor que alimenta el espíritu y engrandece el alma. Traspasar fronteras, salir de los límites de lo cotidiano, romper las barreras de lo habitual que si es pertinaz aburre y adocena, es misión recomendable para quienes pretender vigorizar la mente y adquirir experiencias que sirven para enseñar y aleccionar.
En España contamos con políticos que no son capaces de desprenderse de su pátina provinciana. De su miope perspectiva de un horizonte estrecho y paleto. Son tipos que hasta alardean de su visión de un universo empequeñecido que han ido reduciendo en idéntica proporción a su cortedad de miras.
Siempre que se habla de un gran proyecto de juego para España, más propio de la fantasía que de la verosimilitud, sale algún político posicionándose furibundamente en su contra y sacando a relucir la imagen de las Vegas con tintes reprobatorios y acusaciones relativas al paraíso del vicio, de la prostitución, de las drogas y el gangsterismo. Todo tan tópico como propio de leyenda urbana.
Desconozco si los que así hablan de Las Vegas han estado muchas veces allí. Por mi parte debo confesar, sin el mínimo rubor, que me fascina Las Vegas. Es una inmensa y abrumadora falla, sí como las que se plantan en Valencia pero a lo bestia, dónde todo es excesivo, pretencioso, apabullante. Una urbe levantada sobre una colosal mentira que brota de la sequedad caliza del desierto para auparse sobre los pilares de la fantasía y diseñar los mejores hoteles del mundo; los casinos que deslumbren; los centros de congresos y convenciones más visitados del planeta; los espectáculos artísticos más rutilantes y las posibilidades de diversión, ojo para toda la familia, que se encuentran en pocos lugares.
A ésta imagen de Las Vegas hay que sumar al capacidad para proporcionar empleo, salarios medios altos, calidad de vida y seguridad ciudadana. Atributos que ha conquistado Las Vegas por el juego, en principio su principal aliciente y ahora con el esfuerzo fundamental del turismo de congresos.
Las Vegas, dibujada a base de cartón piedra, colosalismo, su toque tremendamente hortera y su espíritu de falla inmensa, merece ser conocida y auscultada sin prejuicios. Esos prejuicios que les sobra a los que no la conocen ni de lejos. O de cerca por el cine. Pero que la contemplan a través de una mirada reduccionista.