Cataluña ha sido una región pujante merced a una burguesía industrial trabajadora, imaginativa y con una indeclinable vocación europeísta. Cuando otros territorios estaban todavía en mantillas los catalanes no sólo avanzaban levantando fábricas y comercializando sus productos más allá de las fronteras españolas sino que imprimían un sello de modernidad a la configuración urbanística de Barcelona, por citar un ejemplo, conjugando sabiamente la estética con un pragmatíco sentido de futuro. El resultado salta a la vista: una ciudad que irradia hermosura y un aire cosmopolita y avanzado que se plasma en el propio trazado de la urbe diseñado con amplitud de miras.
Tras ésta declaración de afecto y respeto hacia una burguesía como la catalana, impulsora de múltiples iniciativas apoyadas en la capacidad de creación y en la tenacidad, virtudes que se engarzan con su ser y sentir como pueblo, provoca una inmensa tristeza comprobar a día de hoy en que manos está ésa burguesía que, en lo político, tomó hace muchos años las riendas de la gobernabilidad en la Generalitat de Cataluña.
Que la burguesía catalana, espejo en el que se ha visto retratada una sociedad emprendedora, laboriosa, culta, abierta a la internacionalización de sus costumbres y negocios, dependa en el plano de las decisiones políticas de una tribu como la que agrupa el movimiento antisistema, formado por un puñado de tipos y tipas cuyos atributos más visibles son la zafiedad, las actitudes cavernícolas y las propuestas asamblearias, es una realidad que deprime tanto como indigna.
Un pueblo, entre los que configuran España, con tantos valores, historia y cultura como el catalán en modo alguno puede estar a expensas de la irracionalidad, la demagogia y los delirios de una panda de extremistas que únicamente pueden proporcionar inestabilidad y retroceso.
Ahora se comenta que el proyecto BCN World, en el que personalmente nunca he creído y sigo en mis trece, puede verse frenado por la incertidumbre política que se vive en Cataluña y que afecta de pleno, entre otros, al sector turístico. ¿ Pero que cabe esperar de una alianza que tiene maniatada a la burguesía catalana por los republicanos independentistas, y obliga a unos y otros a lo que digan y hagan los energúmenos de la CUP ?.
La estampa de Cataluña hoy es para echarse a llorar. Y sintiendo de verdad la amargura de ésas lágrimas.