El bingo como local abierto al entretenimiento y el cultivo de la sociabilidad es un local que garantiza la máxima seguridad. Y así se ha venido poniendo de manifiesto desde que funciona la actividad. Lo que no impide que el destino juegue una mala pasada y se desencadena la tragedia. Esto es lo que sucedió en el Bingo de Tortosa al ser objeto de un atraco que acabó con la vida de una empleada y causó heridas graves a un cliente.
Estupor, rabia y un tremendo dolor es lo que uno experimenta al analizar una noticia de ésta naturaleza. Que el ambiente plácido y acogedor de una sala se vea dramáticamente alterado por la perpetración de un atraco y que esta se salde segando una vida y poniendo en riesgo otra demuestra hasta que grado estamos desprotegidos cuando la delincuencia actúa con instinto asesino y raptos de locura. Esto nunca suele producirse en un bingo, ni tampoco cabe imaginarlo, de ahí que al materializarse nos sorprenda, nos duela infinito y nos subleve contra los autores de semejante salvajada.
Aquí lo tremendo es que se ha acabado con la existencia de una empleada que estaba cumpliendo con su trabajo, que contribuía a dar alegría a la sala, que era una sonrisa ya rota para siempre y que ha llevado al desconsuelo irreparable a una familia. Hay que condenar con todo el peso de la ley a quienes la transgreden y cometen delitos de sangre. Y desearles lo peor. Y luego transmitir un cálido y sincero apoyo a los que han perdido al ser querido y estar junto a Pepe Vall en éste momento de desolación e impotencia.