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DESDE LA AVENIDA Juan Ferrer

La regla de oro que se va perdiendo

13 de abril de 2016

A los que amamos el siempre saludable ejercicio del bien comer, uno de los más preciados que nos regala la vida. Y para mayor goce sentimos pasión por el marisco, las visitas a La Trainera, de Madrid, son un peaje obligado para el disfrute del paladar y el alborozo del espíritu. Y allí, al ocupar una de sus mesas, no solía fallar nunca la visita de su propietario, Miguel García Gómez, que se interesaba solícito por como iba la comida y previamente te había dado la más respetuosa y cordial de las bienvenidas a su establecimiento. Esa fue una labor de cortesía que don Miguel desarrolló durante la mayor parte de su existencia. Y que los comensales de la casa agradecíamos por su caballerosa atención al cliente.

Tuve en varias ocasiones un cruce de protocolarias palabras con Miguel García, dado que ambos teníamos un amigo común, Enrique Grau, un valenciano excesivo en todo que llevó la paella a los bingos de Argentina cuando se inició éste juego en el país. Enrique nos dejó, tan abrupta como inesperadamente, hace años y días atrás le llegó el turno de la despedida final a García, que se alejó de éste mundo con 92 años y una biografía apuntalada por la tenacidad, el trabajo y el espíritu de superación.

Junto con La Trainera Miguel era el propietario de otros dos restaurantes y del Casino de Valladolid y en su función de empresario la prioridad en su gestión no fue otra que procurar la felicidad del cliente. Conseguir que el público que frecuentaba sus negocios estuviera a gusto, radiante, paladeando un conjunto de delicias del mar, constituía su meta. Pero no se conformaba con ofrecer una calidad máxima en el producto servido. La base de su éxito se completaba con la colaboración fundamental de un personal diligente, pendiente del detalle aunque sea mínimo, solicito ante la menor indicación. Algo que, personalmente, valoro tanto o más que la excelencia en las viandas. Y como colofón del buen yantar llegaba el saludo de Miguel.

Este hostelero y empresario del juego, Miguel García Gómez, tuvo como regla de oro de su trabajo y su vida el ponderar al cliente, tratándolo con mimo y esmero, con efusividad y respeto. Algo que se ha perdido en hostelería y en otros ámbitos y que ayuda a las caídas y ruina de muchos negocios. Seguro que a don Miguel le han dado una bienvenida afectuosa allá arriba. Era ni más ni menos la que se merecía.