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DESDE LA AVENIDA Juan Ferrer

La receta del intervencionismo

5 de enero de 2017

Los salones son ahora mismo el tsunami del juego. Avanzan sin parar y hasta avasallan. Y en líneas generales la mayoría parecen gozar de buena salud. El espejo de Murcia refleja con nitidez ésta realidad: Fueron treinta y seis los nuevos salones abiertos en 2016. El dato denota el músculo que exhibe el subsector y las apetencias que despierta el negocio. Cuando algo funciona ya se sabe: las apuestas se redoblan.

Un asiduo lector de mis artículos, que hace gala de inteligente y fresco sentido del humor, me envía un mensaje que dice: Un operador ha solicitado licencia para abrir un salón en la catedral de Murcia al no encontrar otro hueco disponible. Más allá de su sentido irónico lo cierto es que treinta y seis locales de nuevo cuño para una región como Murcia son muchos, y no me atrevo a decir si excesivos, para el mercado murciano. 
 
El caso que citamos de Murcia es extrapolable a otros territorios. Y en tales situaciones se encienden las alarmas y se alzan las voces que advierten de los peligros de la saturación, los efectos negativos sobre hostelería e incluso bingos y la necesidad de poner orden en éste crecimiento que tildan de alocado y perjudicial. 
 
Si algo distingue al juego, por constituir un freno para sus negocios, es la rigidez regulatoria. Que además se acrecienta, a petición del propio sector, por peticiones o exigencias de contingentaciones o planificaciones, de números clausus en suma .
 
Si reclamamos medidas liberalizadoras para el juego debemos de asumirlas con todas sus consecuencias. En una economía de libre mercado hay que jugar la carta de la competitividad, de la oferta, del servicio, del valor añadido que puedes sumar a tu negocio. Son las reglas establecidas y las armas utilizables para arañar clientes a los competidores. Y en ése terreno es donde aflora el ingenio, la inteligencia y la capacidad de maniobra del empresario. 
 
¿Qué estamos ante una sobredimensión del salón en cuanto a presencia física en nuestras poblaciones?. Quizá sí. La misma que pueden haber tenido los bares, los videoclubs, los bancos o las peluquerías de señoras, en la actualidad centros de belleza. Y el propio mercado se ha encargado de regularlos. Lo demás es intervencionismo económico, una receta no muy recomendable.