La sensatez es una virtud capital que debe prevalecer en la vida del individuo en los momentos estelares. Ante la necesidad de tomar decisiones trascendentales, frente a cualquier situación comprometida y cuando de nosotros depende la contribución a resolver un problema no es mala medicina recurrir a la prudencia. La prudencia serena el ánimo, pone freno a los impulsos y reporta el sosiego a la hora de discernir sobre aquello que interesa, sobre lo que realmente conviene y nos descubre el lado bueno de las cosas.
El pueblo español, con la respuesta depositada en las urnas, ha dado una cumplida muestra de sensatez, propia de un pueblo maduro que, dejando de lado los cantos de sirena de los populistas, no escuchando a los pregoneros que venden palabras y humo, ha dicho no a la posibilidad de emprender aventuras políticas tan inciertas como peligrosas.
El mensaje unívoco que se desprende del resultado electoral es de que España apuesta por la moderación, por la centralidad, por el rechazo a los saltos en el vacío o los experimentos de laboratorio de los que se tienen antecedentes por su aplicación en otros países y no son en modo alguno aconsejables.
Desconocemos lo que sucederá a partir de ahora con las negociaciones entre partidos, los posibles pactos o abstenciones y las posturas que puedan adoptar quienes lideran las distintas agrupaciones políticas. Pero que todos ellos no olviden el recado enviado por el pueblo mediante la emisión de su voto soberano.
Un recado que apela a la sensatez de todos ellos para recordarles que España reclama con urgencia la formación de un gobierno y que para constituirlo será preciso e inevitable que cedan unos y otros, que se rompan vetos y se acaben los cordones sanitarios, que el bien general se imponga por encima de los intereses particulares.
El pueblo español, dígase lo que se quiera, no está dispuesto a poner en riesgo el estado de bienestar, ni los logros alcanzados en base al esfuerzo y el trabajo de todos. Quiere seguir caminando firme por la senda de la prudencia política, sin sobresaltos ni conmociones. Y para que ésa senda sea transitable resulta imprescindible la sensatez política. Lo que sucede, y esto suena a tragedia, es que estamos dirigidos por una clase política de segunda división, con barones pasados de tiempo y muchachitos con ínfulas más que con talento, con más palabras que ideas. Una clase en la que, en ocasiones, la sensatez se evapora. Confiemos, por el bien común, que en éste caso impere.