El cupón de la ONCE de ayer estuvo dedicado a la hostelería. El pretexto para justificar éste homenaje era «reconocer a los bares como espacios de encuentro, socialización y apoyo a la economía local.» Esto en primera instancia. En segunda se trataba de hacer guiños cómplices a un sector como el hostelero cuyos locales son cada vez más frecuentados por los vendedores del cupón con tanta naturalidad como descaro que no tienen ningún complejo a la hora de comercializar sus productos. El ciudadano ya no se extraña de ver al vendedor de la ONCE entrar con asiduidad al bar o al restaurante del que es cliente; ni se escandaliza cuando detecta su presencia a las puertas del colegio del que son alumnos muchos menores de edad; ni ve inapropiado su estacionamiento en hospitales y clínicas. Para la ONCE todo vale con tal de engordar los ingresos y los ciudadanos nos hemos acostumbrado a que sus vendedores sean visibles en los lugares más insospechados sin sorprendernos para nada.
Este capítulo de los juegos públicos y semi, protegidos férreamente por papá estado, presenta un desequilibrio descomunal respecto al tratamiento que se dispensa al juego privado. En el que la brocha gorda de la demonización y el descrédito siguen siendo los mimbres de un relato utilizado por partidos políticos y entidades afines para cargar contra salones, máquinas y demás y justificar así la aplicación de medidas regresivas u optar por el efecto parálisis que no deja de ser un muro que impide avanzar reglamentariamente hablando.
La conclusión sobre éste tema es que predicamos en el desierto. El otro día hablábamos del chaval menor que adquirió billetes de un despacho de SELAE sin exigencia identificativa previa. Vemos a escolares adquirir el rasca de la ONCE sin que nadie se altere ni denuncie. Esto es lo que hay en torno a LOTERIAS y ONCE: doble moral, cinismo, desvergüenza, invasión de espacios, multiplicación de productos, voracidad recaudatoria y licencia de impunidad para actuar con descaro. Todo un decálogo de inmundicia política que siempre ha despedido un tufo mareante.