Acudo a diario a una gasolinera que hay cerca de mi casa para comprar el periódico. Antes eran dos pero dejé de adquirir el progubernamental por el tufo sectario que transmite. Y en más de una ocasión tengo que esperar pacientemente a que la dependienta de la estación compruebe a través de su aparato si un sinfín de boletos de la ONCE tienen o no premio. Los lleva para su verificación un señor mayor, jubilado, que al parecer es un forofo de la Organización de Ciegos y de sus tentadoras propuestas, publicitadas hasta la saciedad, de premios millonarios o por lo menos suculentos.
Pregunto a la empleada sobre la reiterada presencia del caballero en cuestión y me dice: «Viene casi todos los días, suele arañar algún premio que otro pero poca cosa y a veces me confiesa: éste mes la pensión vuela y me dejan la tarjeta seca.” Al contármelo transmite un sentimiento de pena y me comenta: «Este hombre, a su edad, está totalmente enganchado a los juegos de la ONCE y ya puedes decirle lo que sea que él sigue…”
No estoy haciendo un relato de ficción. Reflejo la cruda realidad de un caso que supongo no será único ni constituirá una excepción. La ONCE, con su múltiple oferta y la inmediatez del premio que lleva aparejado alguno de sus productos tiene apresados en sus redes a no pocos ciudadanos y ciudadanas. Que se sienten atraídos, yo aseguraría que más bien abducidos, por ése río de propaganda tan festiva como fantasiosa que invita con machacona intensidad, y un auténtico derroche de medios económicos, a la compra de productos de la organización. Que aumentan en la medida en que se desboca la ambición de la ONCE para ensanchar su cuota de mercado.
Existe un verdadero clamor desde las instancias públicas y sociales exigiendo sentido de la responsabilidad al juego privado para evitar las adicciones. ¿ Y no hay que pedir lo mismo a una ONCE cuyo bombardeo propagandístico es más que censurable ? Aquí no se mide por idéntico rasero ni mucho menos. Todo un ejercicio de cinismo y desvergüenza.