El juego, eso dicen los últimos datos económicos sobre su evolución, comienza a respirar. No, ni mucho menos, como lo hacía en los años anteriores a 2010 pero sí sin necesidad de aparatos de asistencia. La salud del sector no es todavía para tirar cohetes si bien hay que celebrar su salida de la unidad de cuidados intensivos. Donde llevaba demasiado tiempo dejándose energías, desfalleciendo, perdiendo vida a chorros. Y para comprobarlo basta remitirse al censo de empresas cerradas por defunción por falta de ingresos acaecido en los últimos tiempos. El panorama que ha quedado tras el vendaval de la crisis, aún no cerrada, es aterrador.
Las cifras de la esperanza hablan del vigor de los salones como consecuencia, primordialmente, de las apuestas deportivas. Del repunte de los casinos y de un ligera mejoría del bingo, tan atrozmente castigado por espacio de muchos años en los que las clausuras de salas se cuentan por cientos.
No hay razones para la alegría, sin embargo, en las máquinas. Las máquinas que han ido haciendo el parque nacional cada vez más pequeño como consecuencia de la recesión económica y de la prohibición de fumar. Una medida polémica, por lo drástica, que se ha llevado por delante miles de máquinas y de bares que subsistían mayoritariamente por ellas. Modestos negocios familiares mantenidos a base de almuerzos, cafés y carajillos y el euro sobrante depositado en la máquina. Establecimientos que abrían la puerta para funcionar quince o veinte horas cada jornada sacrificándose al máximo e iban tirando. Y a los que la ausencia del humo de los cigarros hizo que enmudecieran las máquinas, que no saliera música de sus entrañas y se convirtieran en mudos sarcófagos.
Pasada ésta etapa y remitiéndonos a la realidad actual conviene reflexionar sobre el presente y futuro de las máquinas en hostelería. Detectar si la caída de sus recaudaciones obedece a la ampliación de la oferta en los territorios que compiten con las apuestas. Tratar de esclarecer dudas e intentar aproximarse a lo que el jugador espera de la máquina. Y en éste punto son los fabricantes los llamados a analizar la situación y tratar de dar respuestas. La máquina del bar ha mejorado mucho y cobrado renovados alicientes merced a los avances tecnológicos alcanzados por sus respectivos creadores. Pero quizás, no acierto ha saberlo, se imponga la búsqueda de fórmulas para captar un segmento de público que ahora no juega a las máquinas y de otro que abandonó la costumbre de hacerlo.
La máquina sigue siendo un elemento familiar del bar, un foco de distracción y de pequeñas emociones, una propina gratificante. Incentivémosla.