Tengo amigos que me han animado a escribir la crónica general de CEJ. Mi oficio periodístico me ha permitido vivir la mayoría de sus asambleas en directo, cuando nadie tenía acceso a ellas, y conocer muy de cerca sus problemas y a sus personajes. Casi nada de lo acontecido a lo largo de cerca de cuarenta años me es ajeno. Soy testigo de épocas florecientes de CEJ, a las que en cierta medida contribuí en algunos casos, y también de las etapas oscuras en las que todo estuvo a punto de irse al garete, salvándose los muebles por el empeño de empresarios, pocos, y algún profesional que se empeñaron en rescatar a la CEJ del naufragio.
Al cabo de treinta y seis asambleas ahí sigue CEJ, una patronal del bingo que, como todas las patronales, ha sido escenario en su trastienda de conspiraciones, navajeos y diseño en la sombra de golpes de timón. De puertas al exterior todo era espíritu unitario pero nunca, desde que se fundó la Confederación, faltaron los ataques soterrados dirigidos a quién en cada etapa ocupó el sillón de la presidencia.