Cuando el bichito despierta de nuevo y se producen contagios el recurso político no cambia: palo a la hostelería. El bar queda señalado de inmediato y hay que taparle la boca cerrándolo o entreabriendo la puerta sólo con horas contadas. La hostelería está marcada a fuego por las administraciones que no se recatan al señalarla y culpabilizarla.
Aquí quién mejor ha entendido, tratado y cuidado la hostelería ha sido la Ayuso. Que lista como es ( la que tildaron de tontuela ), partidaria de romper clichés y desprovista de complejos contaminantes se plantó y dijo que de hacer pagar los platos rotos de la pandemia al bar nada. Que aquello era lo más facilón y lo menos científico del problema. Y que ella, verso libre siempre, no se sumaba a la corriente ideologizada que ha ido arrasando parte de la hostelería y el ocio. Y cobrándose muchas víctimas.
La llamaron tabernaria, le dispensan un odio feroz, la tratan de ridiculizar sin imaginación ni gracia. Y lo último, es tremendo esto, consiste en responsabilizarla de un crimen deleznable perpetrado a más de quinientos kilómetros de Madrid. Prueba de la impotencia y la rabia de quienes fueron humillados, y vapuleados, por el coraje de una política joven, audaz, sin complejos que ha hecho de la caña de cerveza un canto a la libertad y de su defensa de la hostelería un himno de alegría. Con la Ayuso y adelante.