Parece que le conozco desde siempre y llevo intercambiadas con él largas conversaciones hablando del bingo, de sus problemas y sus posibilidades de mejora. Nunca se le agoten los argumentos cuando habla del tema, ni tampoco le faltan nunca las gotas de humor que salpican determinados comentarios para darles amenidad y chispa. De bingo sabe la tira y de ironía anda sobrado para quitarle a la vida hierro, mala leche y poder abrir el día con una sonrisa. Es por ejercicio continuado y vocación un trabajador nato, de los que desdeñan el reloj y sus servidumbres, y de los que le da igual sea lunes o domingo para plantarse en una sala y comprobar en directo a que ritmo se venden lo cartones.
Julián Pérez, o maese Julián, por corresponder al tratamiento que habitualmente suele darme, es un apasionado del bingo hasta el extremo de llevarlo en dos sitios vitales: la cabeza y el corazón. Con la primera no cesa de darle vueltas a la noria de la mente para tratar de sacarle un poco de jugo a la actividad. Con el segundo se pone al lado de los suyos, de los que dan el callo día a día, para alentarlos y reconocer lo esencial que resulta su laboriosidad bien ejercida para la buena marcha de la sala.
Pasión por el bingo y dedicación espontánea y comprometida con el mismo son en Julián Pérez un modo de entender la vida y la profesión. Proyectos, estudios, análisis acaparan la agenda de su existencia cotidiana, con algún alto en el camino para disfrutar de un buen arroz o de una mesa bien servida, que en ocasiones hemos compartido placidamente alegrándola con anécdotas, historietas y risas. De lejos, y también de cerca, vivimos situaciones que se hospedan en la plaza mayor de la memoria. Maese Julián, mejor no contarlas porqué la discreción obliga. Y continuamos para bingo, como dice la señorita.