Conozco a Juanjo Colilla un pico de años. He visto y oído sus intervenciones como jurista muy bien pertrechado en materia de juego. Al contrario que otros compañeros de profesión que suelen mostrarse cautos llegado el momento de abordar temas delicados con Juanjo sucede todo lo contrario. Es de los que no se corta un pelo cuando se trata de llamar a las cosas por su nombre y entra de pleno en la denuncia de hechos flagrantes. El bingo ha tenido en su figura y en el ejemplo de sus actuaciones a un defensor competente y esforzado que ha sabido salir airoso de múltiples litigios dando pruebes fehacientes de su competencia profesional.
En el plano personal Colilla es un tipo cachondo, con un sentido del humor espontáneo que le sale de manera natural y que invita a la alegría de los que tiene alrededor. Juanjo es un amante impenitente del lado amable de la vida, al que hay que admirar por ésa vocación suya, de la que nunca desiste ni en los peores momentos, de contemplar el discurrir de la existencia bajo una óptica amable y festiva. Pienso que el suyo es un ejercicio de positivismo con el que se podrá o no estar de acuerdo pero que, bien mirado, es práctico y en definitiva resulta reconfortante. Optar por otra visión supone entrar en un universo mental con demasiadas dudas, interrogantes y decepciones. Juanjo juega de forma permanente a lo positivo y hay que aplaudirle tan constante determinación.
Los recuerdos que se hospeden en la plaza mayor de la memoria forjan amistades y afectos. Con Colilla los tengo de muy variado signo por los muchos años de contactos, confidencias y un círculo social que hemos compartido a lo largo del tiempo y de plurales avatares. También delante de una mesa bien puesta disfrutamos de nuestro buen gusto gastronómico. Le deseo eterna felicidad a Juanjo, amigo. Él sabe porque.