Nunca se tuvo al ministro Alberto Garzón por una lumbrera. Con un curriculum profesional en blanco y sin nada reseñable lo suyo ha sido, desde jovencito, la política y su mayor logro convertir lo que quedaba del PC en un apéndice irrelevante de UP. Talento la verdad es que no se le conoce mucho pero el déficit intelectual lo suple con la osadía propia de los jetas que han llegado a la política para dar lecciones, entre otras, como hacer de la incapacidad manifiesta un salvoconducto para ser ministro. Al que le tocó el premio consistente en darle una secretaría de estado reconvertida en ministerio para que se entretenga, confirmando con los hechos a diario que ideas no tiene pero trabajo menos.
Pasemos por alto que don Alberto no sea precisamente un prodigio de inteligencia, ni un dechado de claridad mental porque ministros flojos en atributos formativos los tenemos a porrillo. Por ése lado es uno más. Pero ello no le concede licencia para darle patadas al diccionario hasta ruborizar, de vergüenza, a la propia parroquia.
Salía don Alberto hablando del rapero impresentable que le ha servido a UP para incendiar las calles, destrozar, robar y agredir con el pretexto de defender la libertad de expresión. Y al hacerlo mentía y maltrataba el lenguaje. El tipo en cuestión no está en prisión por unos tuits en internet. Ingresó condenado por incitar al odio, agredir, amenazar e invitar a la violencia. ¿ Le queda clarito don Alberto ? Y luego tenemos lo de “se está poniendo de manifestación que hemos proponido… “¿ Es admisible, tolerable, aceptable escuchar por boca de un ministro de España tales exabruptos lingüísticos ? ¿ En que lugar deja el caballero a su departamento tras ésta exhibición de oratoria ?
En éste gobierno es obvio que no dimite nadie. Y menos que nadie Garzón. Pero a partir de ahora don Alberto se ha ganado a pulso el título de charlista insigne, abrillantador de la lengua cervantina y maestro de la elocuencia más hermosa, mentiras incluidas.