Nunca podrá parar porque es de la casta de los indomables, de los que están en permanente movimiento, de los que se les atropellan las ideas, los proyectos. De los que jamás pierden las ganas de trabajar, de crecer, de generar riqueza y procurar empleo. Lo suyo ha sido, desde chaval, el tirar del carro del esfuerzo, del inconformismo, del traspasar todas las barreras posibles, incluso con riesgo de peligro cierto, y salir adelante contra viento y marea. Ha tenido traspiés, se ha dado tortazos, pero al final se ha impuesto la valentía de los vencedores, de los que no se achican, de los que le echan pelotas a los negocios y a la vida.
Te enteras un día de que anda metido en éste negocio. A las pocas fechas te llega noticia de que ha entrado en una sociedad de relumbrón y al siguiente que adquirió una importante participación en una compañía de las que cotizan y de paso se quedó con unos restaurantes. Es la lección permanente del emprendedor por naturaleza, del ojo en estado de alerta con visión amplia, del cazador que fija el tiro y cobra la pieza.
Sentó cátedra en el juego de audacia, que en ocasiones le llevó al borde del precipicio, y del que salió indemne con la suerte de los que arriesgan hasta el límite. Supo verlas venir y se marchó en el momento preciso con las alforjas bien llenas. Y como no sabe ni estarse quieto ni le gusta la siesta de los que se duermen y se los lleva la corriente ahí sigue, melena de plata al viento y en lo alto del ranking de los grandes entre los grandes. Imparable Manolo.