El señor Pablo Iglesias Turrión ya no está en las acampadas de la Purta del Sol. Ni en las asambleas de Las Ventas. Ni en los escraches o los desahucios. Ese es un lado de su biografía política que corresponde a una etapa. Luego pasó a la fase del aburguesamiento con la compra del chalecito, la piscina, la caseta del guardia y el jardín con palmeras. Y por último le llegó el premio gordo de la vicepresidencia del gobierno merced al regalo del mago Sánchez, el que no podía dormir pensando en su persona.
Recién estrenada la vicepresidencia el señor Iglesias no se sitúa. Porque jamás supo ni entiende en toda su magnitud personal y política lo que es gobernar un país, en el que ejerce la representación de todos sus ciudadanos, sean del color que fueren. Porque el traje que le regalaron le viene manifiestamente ancho y porque está obligado, en función de su puesto, a moderar la boquita.
Un vicepresidente del gobierno no puede aparecer en televisión para decir que las casas de apuestas, así sin distingos que denotan su desconocimiento, son una vergüenza. Olvidándose que está descalificando a un sector sin elementos de análisis ni referencias que justifiquen sus desgraciadas palabras. Un sector, por otra parte supercontrolado y que cumple rigurosamente todos los requisitos legales.
Un vicepresidente del gobierno, señor Iglesias, se retrata de cuerpo entero con semejantes declaraciones. Propias de un gobernante manifiestamente inmaduro, irresponsable, lenguaraz y frivolón. Y con unos tics comunistas de laboratorio que pertenecen al desván de la historia.