Una de las cosas que más he valorado en la hostelería es la calidad del servicio. Podré comer mejor o peor, estar más o menos a gusto en un bar o restaurante pero no soporto verme mal atendido por el personal del establecimiento. Y desgraciadamente éste es un mal, muy grave por otra parte, que cada día se acentúa en la industria hostelera.
Con la televisión de por medio vendiendo sueños y carreras hacia el estrellato hoy todo el mundo quiere ser cocinero, chef de renombre, maestro de los fogones. Esta parcela se encuentra bien atendida y abundan los jóvenes que con su trabajo e ideas elevan el techo de la gastronomía. La otra cara es la de los camareros, oficio al que pocos se apuntan por jornadas largas de trabajo y escasos estímulos económicos.
Con semejante situación todo lo que hemos ganado en los fogones lo hemos perdido en la sala. Actualmente hasta en los restaurantes de mayor tradición y calidad brillan por su ausencia aquéllos grandes profesionales de antaño, que sabían estar y callar, que servían con esmero y educación, que conocían a fondo las reglas de oro de la profesión y las ejercitaban con vocación, conocimiento y sentido de la responsabilidad. Que atendían primero a las señoras y luego a los caballeros, que estaban en el detalle, eran afables y discretos y permanecían alerta y al quite de cualquier sugerencia. Estar atendido por ellos daba al almuerzo o la comida un marco de felicidad plena.
Hoy te ves tratado hasta en los restaurantes de más fama por un puñado de jóvenes tan inexpertos como despreocupados por cumplir las normas básicas del buen camarero. Gentes que te ven por vez primera y te tutean, a las que pides un ginfizz y te traen un gin-tonic, que no aciertan a distinguir los cubiertos que demanda cada plato y que no saben descorchar una botella de vino. Es la hostelería que hay, la que ha degradado hasta extremos increíbles la profesión. En la que se buscan camareros y no se encuentran. Al menos aquéllos que se hacen acreedores a éste tratamiento. Este no deja de ser a día de hoy un problema gravísimo para la hostelería española. En la que nadie quiere ser camarero.