Autor

DESDE LA AVENIDA Juan Ferrer

Hasta más ver

25 de julio de 2025

El verano nos impone un alto en el camino. Una parada transitoria para desconectar, si se puede, y huir de la faena cotidiana. Un paréntesis para romper rutinas, acabar con obligaciones y abrazar un tiempo nuevo. Un tiempo que al menos en principio se proyecta como reconfortante y propicio para la expansión del cuerpo y el espíritu. Cuando el calor aprieta hasta el sofoco, como está sucediendo ahora mismo, necesitamos cual agua de mayo asomarnos a la ventana de la libertad que nos libra de las ataduras laborales y nos permite regalarnos unas parcelas de descanso y ocio. Descansar es la palabra que más circula en éstas fechas. Aunque luego para mucha gente sea una mera quimera. ¿ Es descansar soportar las largas y nerviosas esperas en los aeropuertos, las aglomeraciones de las playas, los retrasos de los trenes que no se sabe ni cuando salen ni cuando llegan ? Por mucho que tratemos de engañarnos y sin ánimo de ser aguafiestas en no pocos casos el soñado descanso se ve asaltado por auténticas pesadillas que inquietan nuestro ánimo y nos frustran pequeños sueños.

En época vacacional no aspiro a otra meta que disfrutar de la soledad. Alejarme del mundanal ruido y entregarme al placer de la lectura, al paseo por el bosque, al saborear cuando cae la tarde el lento declinar del sol y la caricia de un airecillo suave que alivia de los rigores del bochorno. Me siento bien pagado con escuchar los trinos de los pájaros, con despertarme clareando el día y sentir bajo mis pies el verde humedecido por el relente. Es un lujo desdeñar el reloj y sumergirte en la improvisación de cada jornada no sometida a la servidumbre de las horas. Lo único que anhelo es paz y sosiego, cerveza fresquita y gin-tonic de propina en las fechas un tanto señaladas y poco más.

Nunca olvido mi ejercicio periodístico de los años de juventud. Escribía en el diario Las Provincias, de Valencia, un artículo diario. Algunos estaban muy trabajados y me hacían sudar lo mío. El director del rotativo, José Ombuena, un pozo de magisterio y sabiduría, solía despedirme en vacaciones con éstas palabras: «Descanse, Ferrer, descanse. Lo hará usted y sus lectores también descansarán.» Fina ironía de un maestro sin parangón al que debo haberme dedicado al oficio. Lo dicho, que descansen y hasta más ver.