El verano nos impone un alto en el camino. Una parada transitoria para desconectar, si se puede, y huir de la faena cotidiana. Un paréntesis para romper rutinas, acabar con obligaciones y abrazar un tiempo nuevo. Un tiempo que al menos en principio se proyecta como reconfortante y propicio para la expansión del cuerpo y el espíritu. Cuando el calor aprieta hasta el sofoco, como está sucediendo ahora mismo, necesitamos cual agua de mayo asomarnos a la ventana de la libertad que nos libra de las ataduras laborales y nos permite regalarnos unas parcelas de descanso y ocio. Descansar es la palabra que más circula en éstas fechas. Aunque luego para mucha gente sea una mera quimera. ¿ Es descansar soportar las largas y nerviosas esperas en los aeropuertos, las aglomeraciones de las playas, los retrasos de los trenes que no se sabe ni cuando salen ni cuando llegan ? Por mucho que tratemos de engañarnos y sin ánimo de ser aguafiestas en no pocos casos el soñado descanso se ve asaltado por auténticas pesadillas que inquietan nuestro ánimo y nos frustran pequeños sueños.
En época vacacional no aspiro a otra meta que disfrutar de la soledad. Alejarme del mundanal ruido y entregarme al placer de la lectura, al paseo por el bosque, al saborear cuando cae la tarde el lento declinar del sol y la caricia de un airecillo suave que alivia de los rigores del bochorno. Me siento bien pagado con escuchar los trinos de los pájaros, con despertarme clareando el día y sentir bajo mis pies el verde humedecido por el relente. Es un lujo desdeñar el reloj y sumergirte en la improvisación de cada jornada no sometida a la servidumbre de las horas. Lo único que anhelo es paz y sosiego, cerveza fresquita y gin-tonic de propina en las fechas un tanto señaladas y poco más.
Nunca olvido mi ejercicio periodístico de los años de juventud. Escribía en el diario Las Provincias, de Valencia, un artículo diario. Algunos estaban muy trabajados y me hacían sudar lo mío. El director del rotativo, José Ombuena, un pozo de magisterio y sabiduría, solía despedirme en vacaciones con éstas palabras: «Descanse, Ferrer, descanse. Lo hará usted y sus lectores también descansarán.» Fina ironía de un maestro sin parangón al que debo haberme dedicado al oficio. Lo dicho, que descansen y hasta más ver.