Cada vez es más notoria y se hace más visible la presencia de franquicias en hostelería. Negocios que se explotan con un concepto alejado del tratamiento tradicional del bar o la cafetería y que se proyectan, por lo general, sobre un mercado de público joven con hábitos de consumo acordes con los tiempos que corren. En éste escenario no se contempla la presencia de la máquina recreativa. Por descontado que se han hecho intentos para conquistar un espacio destinado a la máquina en éstos locales de nuevo cuño pero el resultado ha sido negativo. Este hecho, y la desaparición progresiva de muchos bares clásicos, los del barrio de toda la vida, explican los descensos en los parques que se vienen registrando en la mayoría de autonomías.
Declaraba en nuestras páginas Manuel Fernández, presidente de FEMARA, «que dando la máquina un premio limitado y de carácter recreativo tiene cabida en la nueva hostelería. La dificultad estriba en que el nuevo formato donde no se contempla la instalación de la máquina, por lo que hay que seguir trabajando para que no se vea como un inconveniente sino como un complemento positivo de la oferta.»
Estando de acuerdo con éstas palabras, y animando al sector para que persista en el intento de introducir la máquina en lo que se conoce como nueva hostelería, hay que asumir las dificultades que entraña. Hay que atenerse a la realidad social imperante que parte de una serie de requisitos entre los que no figura la imagen de la máquina recreativa. Que es un elemento ajeno a un diseño ambiental previamente determinado y acorde con unas directrices comerciales que tratan de modificar nuestras costumbres en base a un pretendido sentido innovador.
No digo que sea una batalla inútil. Hay que desplegar trabajo y acciones destinadas a persuadir a ésa hostelería transgresora de la utilidad de la máquina para contribuir al robustecimiento económico del negocio. Empeño muy difícil que choca contra modas hosteleras que arraigan entre un amplio espectro de público. Es lo que hay. Realismo ante todo.