Quedan poco más de veinte días. Y EXPOJOC ya está ahí, a la vuelta de la esquina del calendario, peleando contra tirios y troyanos y sacando la cabeza para respirar y reencontrarse con los amigos. Que los tiene y que no le suelen fallar. Hombre, por descontado que nunca faltan los parientes del escaqueo, los de la sonrisita traidora, pero de éstos hay que olvidarse. Lo importante es ir cara a una cita anual de la amistad de la buena, de la alegría compartida, de la cordialidad sincera de ley. Que conseguirlo esté costando lo suyo pero nada importa si al final nos reencontramos los auténticos buenos los que nos gusta vivir y escuchar, los que hemos hecho de EXPOJOC una ceremonia de la que se desprenden experiencias múltiples, motivos para ver, oír y tomar nota y el añadido siempre seductor de una ciudad abierta al disfrute de la cara amable de la vida.
EXPOJOC vuelve con las ilusiones intactas a pesar de los pesares. Nada pone freno a la pasión que pone en su obra José Ignacio Ferrer, creador de la idea, una idea que no sólo germinó y echó raíces si no que en unos años alcanzó un vuelo espectacular, convirtiéndose por derecho en una convocatoria valorada y apreciada. Un funcionamiento tan notable chocó con lo que siempre se choca en éste país: la envidia que es deporte nacional y que nos moviliza con entusiasmo cuando asistimos al triunfo del vecino, algo que para muchos resulta intolerable.
Envidias y boicot de entidades valencianas, sí como han leído: valencianas, han apostado por frenar EXPOJOC, por erosionarlo y negarle todo tipo de apoyo. Gracias anticipadas. Pero que no sufran demasiado porque el 7 de noviembre estaremos otra vez, ojo, en el hotel Westin, abriendo los brazos con la máxima alegría y el afecto más sincero a los que nos respaldan, a los amigos fetén, a los que nunca faltan y a los que nos distinguen con su fidelidad. Gracias y besos. EXPOJOC ya está ahí, como quién dice a la vuelta. Y hay que brindar por ello. Con champagne Crystal, faltaría más.