Siento por Jesús Franco un afecto especial, de ésos que surgen espontáneos, naturales, sin mediar interés o finalidad alguna. Ese es afecto del bueno, sólido, de los que perduran. Y conste que a lo largo de los muchos años de trato con él no ha faltado algún que otro encontronazo verbal que nunca traspasó los límites razonables que regulan la normal convivencia.
El afecto por Jesús Franco viene marcado por idoneidad generacional, por protagonizar una biografía que es espejo de lucha titánica contra innumerables escollos que dejan heridas y cicatrices. Por lo que representa su obra y la de su hermano Joaquín, a quien tanto quise, para un sector que está en deuda permanente con los dos.
Admiro en Jesús su talante espontáneo, su ir directo al grano cuando se trata de abordar un asunto, sin perderse en rodeos y sin morderse la lengua. Durante la intervención que tuvo el pasado miércoles al presentar el modelo de máquina Chicago Five se quejaba, y no sin razón, de las dificultades múltiples que afrontan los fabricantes españoles para homologar en el extranjero y de las facilidades que los foráneos reciben aquí. Y para rematar la faena dijo algo así como que antes de morirse quiere hacer algo muy importante al frente de R.FRANCO.
Estoy con Jesús Franco y le anticipo que tiene cuerda para muchísimo rato y un puñado de años por delante para disfrutar de un descanso ganado a pulso, que en su fuero más íntimo no quiere porque le puede su espíritu peleón. Y en cuanto a su legado y el de su empresa está ahí, hoy, ahora mismo. Y ha escrito las páginas más brillantes del juego español. Hacer más todavía es superdifícil. Aunque me consta que ésa palabra no figura en el vocabulario de Jesús.