Autor

DESDE LA AVENIDA Juan Ferrer

España como circo para reír y llorar

30 de diciembre de 2015

España se ha convertido en un sainete. Una pieza de teatro inconsistente que provoca la hilaridad por lo disparatado de la situación y de los personajes, algunos de los cuales huelen a polilla y despiden ése aroma desagradable de lo decrépito. España es un circo, una pantomima por la que actúan y desfilan los payasos, los saltimbanquis y los magos que se sacan de la chistera las blancas palomas de la felicidad, el bienestar y el subsidio para todos. España es una inmensa carpa bajo cuyos toldos triunfan los charlatanes, los vendedores de humo, los sabelotodos con muchísima más palabrería que entendederas que nos venden la pócima del igualitarismo como salida para una sociedad que califican en estado de emergencia.

En éste circo en que se ha trasformado España, que da pié para la carcajada ante la cantidad de disparates que se suceden delante de unas miradas ya acostumbradas al esperpento político, también hay lugar para la tristeza, para el deslizamiento de lágrimas de indignación por el espectáculo que estamos presenciando. Un espectáculo protagonizado por una pandilla de desharrapados en cuyas manos hemos dejado, con una insensatez digna de consulta siquiátrica, el dibujo de un país llamado, al menos por ahora, España.

Los principales actores de ésta sesión circense, que despliegan sus actuaciones en un escenario equipado con atrezo del siglo diecinueve, no dejan de predicar, de lanzar sus soflamas incendiarias, de utilizar un lenguajes más viejo que la caspa para pintarnos un cuadro de alucine. Aquí el hambre se nos come, los desahucios se multiplican a diario, millones de familias tiritan de frio y los mendigos inundan los semáforos asaltándonos con sus peticiones de limosna.

Cuando me alejo de la estampa del circo que nos han creado, obra maestra de algunas televisiones de las que han surgido los prestidigitadores y funambulistas jaleados a diario por quienes contribuyeron a su diseño, y me meto en un centro comercial pienso que estoy en otro mundo . Entro en unos grandes almacenes y me veo arrastrado por una riada de gente que va cargada de paquetes. Intento cenar en un restaurante y debo llamar a siete u ocho antes de encontrar mesa. Para llegar al local tengo que soportar una cola de automóviles kilométrica que me obliga a gastar gasolina por un tubo.  Para comprar un décimo del Niño me sitúo en una fila india de jugadores y desperdicio media hora de mi tiempo. ¿ Sigo…?

De niño me encantaba el circo porque para mi, y para otros peques de mi generación, aquello era el mayor espectáculo del mundo. Ahora contemplo el circo que vive España y me invade una tristeza infinita, un fuerte dolor del alma, una sensación de vacío. Madre mía que espectáculo nos ha tocado padecer.