Zetapé, el bambi transformado en rana cínica y mentirosa, se erigió por derecho en el precursor de la vuelta al cainismo político, el retorno a la polarización de la sociedad con su dichosa memoria histórica, memoria del bando de su abuelo. Luego llegó el egocéntrico Sánchez con su “no es no” y su estrategia consistente en demonizar al oponente dividiendo a la sociedad en dos bloques. Y la guinda del tremendismo ideológico, de la chulería faltona la pone Iglesias Turrién para quién todos los que tiene enfrente sean del color que fuere son fascistas, ultraderecha y gentuza vendida al capitalismo más atroz. Su carta de presentación como candidato a la presidencia de Madrid habla de su finura política: “Sacaremos del gobierno a la derecha criminal.”
Tipos de ésta catadura moral y política han conseguido con sus aportaciones que España viva inmersa hoy en el frentismo, que el parlamento sea un espacio propio de ambiente tabernario donde se grita, se insulta y se descalifica groseramente al oponente. Y donde el ciudadano asiste atónito a un espectáculo deprimente que responde a todo lo contrario de lo que debe ser una tribuna pública en la que se debatan y defiendan con inteligencia, brillantez y mesura unas ideas o propuestas.
Lo triste es que ésa atmósfera perniciosa se está trasladando a la calle, al ciudadano de a pie, a la familia. Hemos llegado a un punto de desequilibrio social, de irreflexión, que ahora ya no se vota por éste o aquél candidato cuando suena la llamada de las urnas. Se vota contra el del otro bando. Prima el odio inoculado y azuzado por los que dirigen y que se encargan de esparcir en la sociedad sus buenas dosis de toxicidad. Aquí mucha más gente de la que debiera vota con las vísceras y no con la cabeza. Triste estampa de una España rehén de cuatro pelagatos.
DESDE LA AVENIDA Juan Ferrer
España cainita
17 de marzo de 2021