El próximo domingo, día 10 de noviembre, se cumple el decimo aniversario del fallecimiento de Joaquín Franco Muñoz. De ésta triste efeméride la conclusión que se extrae, aparte del dolor de la ausencia por el amigo perdido, es positiva. Y lo es por el hecho de que Joaquín sigue vivo y presente en la memoria de quienes le conocieron y disfrutaron de su amistad, de quienes compartieron con él su pasión por la industria del recreativo, de quienes supieron de su generosidad y su fe en la palabra dada, de los que crecieron a su lado y subieron los peldaños hacia un futuro mejor merced a su genio y su férrea voluntad de avanzar.
La vivacidad diez años después que mantiene la figura de Joaquín Franco es lógico producto de una persona que dejaba huella profunda no sólo en su entorno más allegado, sino en la mayoría de los que lo trataron. Porque Joaquín era un tipo abierto, espontáneo, natural que jamás sucumbió a la tentación del endiosamiento ni renegó de unos principios a los que mostró fidelidad absoluta. Uno de sus rasgos más sobresalientes fue ser siempre consciente de donde venía y a aquéllos a los que se debía primordialmente y a los que por principios trató de ayudar con la generosidad que le caracterizaba.
El nombre de Joaquín Franco Muñoz está impreso con letras doradas en la historia del juego en España. Pero más allá se éste hecho, que es justo tributo a uno de los pilares más sólidos de la industria, hay que dejar constancias que si memoria permanece fresca y presente por su enorme y recordada calidad humana. Por ello lo evocamos hoy con legítima emoción.