Confieso que apenas veo programas de televisión. Y huyo como alma que lleva el diablo de los informativos y las tertulias. Por lo general las grandes cadenas despiden un tufo partidista orientado siempre en la misma dirección. Empresas con propietarios de derechas e incluso vinculadas a la extrema bailan al son que marca el gobierno y la izquierda política, difunden su propaganda y sus consignas y ridiculizan a la oposición dándose mucha maña en alertar al personal sobre los peligros derivados del lobo que puede venir. Esta es la delirante situación.
El otro día zapeando me encuentro con una tertulia. El sabelotodo de turno, de los que hacen de la profesión periodística oportunismo y caja, suelta sin que venga a cuento: “Lo que sucede con las casas de apuestas es que están arruinando a muchas familias.” Lo afirma sin pestañear, sin aportar un dato, con rotundidad y satisfecho del ahí queda eso.
Es el argumento del relato que ha calado. El que se ha extendido como mancha de aceite y se repite de manera incesante. Y ya pueden dejarse oír voces empresariales o asociativas tratando de desmontar el infundio que el relato continúa. Como el de la corrupción exclusiva del PP. Como el del socavamiento sistemático de la monarquía. Como el de la excomulgación política de la extrema derecha que nos reportará retrocesos para dar y vender. Como el del blanqueamiento de los asesinos que están en las instituciones. Como el del diálogo constructivo con aquéllos que quieren destruir una parte del estado.
Son los mimbres de relatos que, a fuerza de repetidos, adquieren falsos visos de certeza y calan en la opinión pública. El de las casas de apuestas y su perniciosidad es uno de los que sigue en boga. Vivimos en la era de la desinformación y la propaganda más ramplona.